Caco Malako era
ladrón de profesión. Robaba casi cualquier cosa, pero era tan
habilidoso, que nunca lo habían pillado. Así que hacía una vida
completamente normal, y pasaba por ser un respetable comerciante. Robara
poco o robara mucho, Caco nunca se había preocupado demasiado por sus
víctimas; pero todo eso cambió la noche que robaron en su casa.
Era lo último que habría esperado, pero cuando no encontró muchas de
sus cosas, y vio todo revuelto, se puso verdaderamente furioso, y corrió
todo indignado a contárselo a la policía. Y eso que era tan ladrón, que
al entrar en la comisaría sintió una alergia tremenda, y picores por
todo el cuerpo.
¡Ay! ¡Menuda rabia daba sentirse robado siendo él mismo el verdadero
ladrón del barrio! Caco comenzó a sospechar de todo y de todos. ¿Sería
Don Tomás, el panadero? ¿Cómo podría haberse enterado de que Caco le
quitaba dos pasteles todos los domingos? ¿Y si fuera Doña Emilia, que
había descubierto que llevaba años robándole las flores de su ventana y
ahora había decidido vengarse de Caco? Y así con todo el mundo, hasta
tal punto que Caco veía un ladrón detrás de cada sonrisa y cada saludo.
Tras unos cuantos días en que apenas pudo dormir de tanta rabia, Caco
comenzó a tranquilizarse y olvidar lo sucedido. Pero su calma no duró
nada: la noche siguiente, volvieron a robarle mientras dormía.
Rojo de ira, volvió a hablar con la policía, y viendo su insistencia
en atrapar al culpable, le propusieron instalar una cámara en su casa
para pillar al ladrón con las manos en la masa. Era una cámara
modernísima que aún estaba en pruebas, capaz de activarse con los ruidos
del ladrón, y seguirlo hasta su guarida.
Pasaron unas cuantas noches antes de que el ladrón volviera a actuar.
Pero una mañana muy temprano el inspector llamó a Caco entusiasmado:
- ¡Venga corriendo a ver la cinta, señor Caco! ¡Hemos pillado al ladrón!
Caco saltó de la cama y salió volando hacia la comisaría. Nada más
entrar, diez policías se le echaron encima y le pusieron las esposas,
mientras el resto no paraba de reír alrededor de un televisor. En la
imagen podía verse claramente a Caco Malako sonámbulo, robándose a sí
mismo, y ocultando todas sus cosas en el mismo escondite en que había
guardado cuanto había robado a sus demás vecinos durante años... casi
tantos, como los que le tocaría pasar en la cárcel.
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